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Sociedad huérfana

La gente, sin candidatos

 

 

A los tropezones y a los saltos de un lado al otro, se fueron armando las listas para las PASO (primarias abiertas, simultáneas, obligatorias) del 9 de agosto, paso previo para definir a quienes competirán en las elecciones generales del 25 de octubre.

La novedad ¡vaya novedad! es que, en general, la mayoría de los candidatos entusiasman poco casi nada, sobre todo los que aparecen, a priori, con posibilidades de obtener porciones importantes de votos; básicamente, porque no se muestran a la altura de las demandas de la ciudadanía. Hace mucho tiempo que los dirigentes están a la retaguardia de la gente. Peor aún, subestiman (algunos parecen despreciar) al electorado.

¿Qué piensan los candidatos acerca de, al menos, las cuestiones básicas de la administración de la Nación? ¿Qué ideología profesan? ¿Cuál es el marco conceptual que tutela sus iniciativas y proyectos? ¿Cuáles son sus programas? La inconsistencia y la mutabilidad de los políticos es la consecuencia de la destrucción del sistema de partidos, una de las bases de la organización democrática.

LA OFERTA

Mauricio Macri se figura al margen de ese supuesto presentando a su estructura, el PRO, como la nueva fuerza que vendría a encabezar la necesaria reforma frente a las viejas prácticas políticas y exhibiendo los logros de su gestión en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Su arenga sobre un nuevo modo de relacionamiento político y social, oponiendo el diálogo y la convivencia a la crispación y la prepotencia, suena encantador pero sería mejor conocer al menos en trazo grueso las líneas directrices de su programa. Despierta suspicacias, en muchos, el acuerdo estratégico con el kirchnerismo en Capital (el macrismo no tiene mayoría en la Legislatura) disimulado con disputas meramente dialécticas.

Sergio Massa y sus adláteres se esfuerzan por mostrarse interesados en los reclamos populares pero están embretados por la “versatilidad” que los trajo hasta acá, por la incidencia de algunos viejos liderazgos que ayudaron a la construcción política del Frente Renovador y, sobre todo, por la concepción “vanguardista” o “iluminista” de representación a la que toda la dirigencia parece adherir: dejar todo en manos de unas cuantas personas y que la mayoría los sigan de modo más o menos pasivo. Esto podría explicar por qué Massa no ha podido capitalizar el apoyo que obtuviera en 2013 como corolario de las movilizaciones populares (cacerolazos) que sepultaron el sueño de “Cristina eterna”, frustrando la reforma constitucional que planeaba la presidente. Parece imitar a De Narváez, quien miente cuando dice que su error fue “creérsela” cuando la gente lo eligió (como al líder del FR) para repudiar al kirchnerismo en las urnas.

Lo de Daniel Scioli es un caso de estudio (por el y por muchos  que piensan votarlo sin formar parte del grupo que estará “obligado” a hacerlo), ya que se trata de un dirigente de quien se piensa que no es lo que dice ser, fiel intérprete y continuador de un espacio habitado por personas que no lo quieren allí (en casos, lo aborrecen) y que ha utilizado su tan inentendible como perdurable buena imagen en una nada despreciable porción de electores para finalmente ser aceptado, a regañadientes, como incómodo representante de la agrupación donde se lo detesta. Una de dos: es un despreciable especulador o un cínico farsante, obsesionado con llegar al lugar más alto al que pudiera llegar, sin reparar en los medios que le posibiliten aspirar a ese fin. ¿Qué puede esperarse de él? En el mejor de los casos, que siga actuando como lo ha venido haciendo desde su inicio en la actividad: sobrevolando las situaciones complejas, discurriendo, neutralizando conflictos, administrando las necesidades de la gente sin resolver cuestiones de fondo.

Del resto, solo desentonan (para mejor) Margarita Stolbizer y los postulantes de agrupaciones de “izquierda”, ya que expresan con franqueza las ideas que los guía y las propuestas que presentan, por lo que es razonable que capten el voto testimonial o “principista” de sus seguidores ya que resulta evidente para la mayoría que carecen de estructura y respaldo para asumir la responsabilidad de conducir el gobierno de la Nación.

LA DEMANDA

Así las cosas, la sociedad, en orfandad, se dispone nuevamente a optar en vez de elegir; casi a apostar. Podría decirse que ha sido así desde 1983. Y aunque el traspaso del mando pareciera que no va a darse esta vez en un contexto dramático, el legado del sector que ha monopolizado el poder en la última década es muy complejo.

Lo mejor que podría pasarnos es que el nuevo mandatario (además de revisar el significado de esta palabra y de sus sinónimos: representante, delegado, ejecutor) haga lo que las autoridades salientes han venido diciendo que estaban haciendo. Por ejemplo: ejecutar una política de real integración, social, nacional y federal; promover a la persona garantizando el goce pleno de sus derechos humanos integrales; erradicar la pobreza, la marginación y la exclusión, priorizando el trabajo digno en el ámbito privado y fomentando la formación técnica; reavivar la unidad latinoamericana, comenzando por restaurar el vínculo de hermandad con los países limítrofes; planificar seria y efectivamente un desarrollo industrial adecuado a nuestra realidad y potencialidades, con centro en las economías regionales y, con prioridad, en actividades fabriles vinculadas al agro; consensuar la necesaria reforma política, judicial y de las instituciones de seguridad y defensa, que incluya un compromiso férreo para el combate a la corrupción en  todos los ámbitos y niveles, recreando y reforzando los organismos de control y las penas a los culpables.

Además de eso, sería deseable que el presidente entrante hiciera otras cosas que ni se les pasó por la cabeza hacer a quienes se van en diciembre, como por ejemplo: acordar políticas no para combatir la inseguridad sino para atacar sus múltiples causas y reducir en forma gradual y perentoria el alto nivel de conflictividad y de violencia; Políticas públicas destinadas a modificar de modo sustancial el actual modelo de acumulación (híper concentrado) y distribución del ingreso (asimétrico) impulsando la pequeña y mediana empresa; planear el desarrollo y crecimiento basado en un esquema de ocupación territorial, con el fin de aliviar los conglomerados urbanos, dando impulso a las economías regionales, en iniciativas productivas y de servicio (sobre todo en el turismo) y en la reapropiación nacional de los recursos (energéticos, ictícolas y de la minería amigable con el ambiente, por ejemplo). Que defina una planificación equilibrada y sin prejuicios de la producción agro-ganadera; que promueva un acuerdo para acabar con las recurrentes reformas en el área de la educación y provocar una revolución cultural que exceda el ámbito específico (escuelas, universidades, medios oficiales) e involucre a toda la ciudadanía; que incluya la formación integral de las personas, sustento de una sociedad virtuosa, más solidaria, ética, justa, equitativa, que recupere valores trascendentes y en la cual todas las personas puedan realizarse según sus expectativas, su esfuerzo, su compromiso, su capacidad.

Tal vez parezca mucho, pero solo se requiere tener en cuenta el interés de la ciudadanía y una porción de grandeza, de sabiduría, de tolerancia, de humanidad...

© Ricardo D. Martín

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