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DESCONTRACTURANDO A MACRI

De disparate en disparate 

Cuadro de situación, abril 2017

El gobierno prefirió no ventilar el pasado; no debatir en profundidad. Eligió hacer referencias a la meneada pesada herencia, de vez en cuando y equivocando momentos o escenarios. De algún modo Macri repite la actitud jactanciosa de De Narváez y de Sergio Massa de atribuirse todo el mérito de su logro electoral sin reparar en la nada despreciable porción de ciudadanos que, con poco entusiasmo por su propuesta, priorizó el atinado deseo de dejar en el pasado el oscuro período anterior.

El resultado de esa estrategia de “mirar hacia adelante” sin exponer en detalle el escandaloso desajuste que dejó la gestión anterior, además de darle sustento a las críticas por la demora en la resolución de la profunda crisis (política, económica, social e institucional) preexistente, sirve para justificar el reclamo de ajuste, por derecha, y la condena del ajuste, por izquierda. Parece un disparate. Pero se trata de la Argentina.

Está más que claro que, como el resto de la dirigencia, toda, no comprende el comportamiento de la gente, subestima la capacidad de análisis o de intuición de la ciudadanía y se guía por encuestas a pesar de su probada falibilidad. Por eso es que hasta lo sorprende la masividad de una movilización popular espontánea en respaldo del camino elegido en octubre de 2015.

Todo huele a pura especulación, a estrategia tacaña, como el aprovechamiento y hasta el fogoneo de la fragilidad y dispersión de las fuerzas opositoras, en vez de plantear con claridad la matriz conceptual y los objetivos del plan de gobierno para fortalecer su base electoral por propio mérito. Por el contrario, entusiasmado con el eventual rédito de la “polarización” con el kirchnerismo, aporta al mantenimiento de la grieta entre sectores intransigentes de la sociedad.

En ese mismo sentido, resulta altamente negativo el retorno a la inconducente antinomia peronismo-antiperonismo propiciado por algunos opinadores que no ocultan su apoyo al oficialismo.

Del otro lado de la fractura, encolumnados tras la estrategia que más le conviene a la ex presidente, con distintos grados de nostalgia por el pasado reciente, reivindicando el fracasado chavismo venezolano de Maduro y maquillando como modelo de construcción de poder popular el experimento paragubernamental de la dirigente jujeña Milagro Sala financiado sin control con dinero público, el “progresismo” y la “izquierda”, suscribiendo a viejas teorías del iluminismo o la vanguardia, se emparentan con los sectores conservadores, partidarios del encuadramiento colectivo en estructuras disciplinadas. Los une el dogmatismo y la osadía. Sin atisbos de autocrítica y soslayando las particularidades de nuestra república en el contexto de los nuevos tiempos, que obligan al estudio, al análisis y la reflexión sobre el modo de abordarlo. Entusiastas de los piquetes, de las huelgas, de los paros y las movilizaciones, montados en sofismas tales como “Macri es la dictadura”, le faltan el respeto a la voluntad popular, demostrando un desprecio inaudito por la mayoría de la sociedad que se expresó con libertad en las últimas elecciones, en las que la única irregularidad significativa fue la de manipular las cifras finales del ballotage para reducir la diferencia entre ganador y perdedor.

​Sin reparar en lo mucho que aportaron al éxito electoral de Cambiemos y en la invalorable ayuda

que están prestando ahora para “descontracturar a Macri” con vistas a la próxima contienda electoral. Lo que en realidad evitan es poner en debate la cuestión de la democracia; ocultan su rechazo al sistema democrático vigente. Inexplicable. Sobre todo para los partidos denominados de izquierda que, además, destinan buen tiempo de su discurso para invocar sus viejas críticas al kirchnerismo mientras marchan detrás o junto a él contra el “dictador” que la gente eligió en las elecciones lo más libres y transparentes que el sistema permite. Bastardeando, de paso, la rica historia del pueblo enfrentando a las dictaduras. Parece un disparate. Pero es la Argentina.

Sería valioso, en todo caso, que introdujeran una discusión seria y fundada acerca de las debilidades que nuestra democracia presenta para la resolución de los conflictos, las injusticias y las iniquidades de la sociedad; para polemizar sobre la crisis de representatividad de los sectores dirigentes y las debilidades y falencias de las instituciones; sobre el sistema electoral vigente, incluyendo la previa nominación de los candidatos, y acerca de los controles republicanos. Entre otros temas. O para plantear otro sistema.

Mientras tanto, con la brújula definitivamente extraviada, el gran terciador de las últimas elecciones, se muestra despechado con el macrismo porque eligió polarizar con el kirchnerismo “duro” (alguien debería aclarar cuál es el “blando”). Si el massismo pudiera responderse qué es lo que ha hecho tan mal para malgastar el puñado de expectativas que muchos ciudadanos había apostado a esa fuerza, ya sabrían que si hubieran actuado con buena intención, sin especular, con humildad y generosidad, no estaría transitando el enrevesado camino de estos días.

Para completar el cuadro, faltaría escrutar por el lado del peronismo, digamos “oficial”. Ahí siguen padeciendo el lastre que representa la fabulosa estafa ideológica y material que en su nombre, nunca desautorizado, consumó el kirchnerismo. Y para colmo, toda estrategia se supedita a los pasos que se le ocurra dar a la ex presidente o a los jueces que tramitan las varias causas contra ella.

Así, la cosa presagia complicaciones.

Al menos se supo que analizan archivar la sigla “Frente para la Victoria” en la provincia de Buenos Aires, ámbito principal del intento de resolución de la crisis partidaria y de incidencia vital en los resultados de octubre. Por algo se empieza.

©Ricardo D. Martín. En Facebook: PP @parlamento.popular

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