top of page

El voto de la gente

DIVIDIR POR TRES O MÁS

Aunque en apariencia menos traumático que otras veces, nos acercamos a las elecciones generales en un contexto muy complejo, acuciado principalmente por las tensiones derivadas del final de ciclo del grupo de poder que completará 12 años de gobierno en diciembre de 2015. 

Argentina transita un período confuso, paradójico, en el que los ciudadanos, la mayoría, conviven con la disyuntiva entre el deseo de cambio y la falta de confianza en quienes se ofrecen como alternativa.

 

Así, se consolida el concepto de “sociedad huérfana”, desorientada y escéptica, manteniéndose el disgusto de la gente con la política y con los dirigentes, y hasta cierto desinterés por cuestiones ideológicas y programáticas. 

Es probable que eso derive en imprevisibilidad de buena parte de los votantes, cuyo comportamiento electoral probable ya no puede ser descifrado por encuestadores, analistas y consejeros de los candidatos, todos alcanzados por el error y, lo peor, por la subestimación, cuando no cierto desprecio, hacia la voluntad popular.

Conviviendo con el error, la improvisación, la impericia o el temor a confrontar con el perverso entramado de poder urdido por el kirchnerismo, los dirigentes opositores estuvieron a punto de caer en la trampa de la “polarización” montada por los sectores en pugna dentro del sistema dominante. Esa estrategia de polarizar las elecciones encontró un aliado fundamental en la torpeza de los opositores, incapaces de presentar un frente unido al menos para encarnar ciertas demandas imperiosas de la gente ante la prepotencia del Poder Ejecutivo para imponer sus designios y elegir el escenario más favorable para su retirada.

Debilitar al kirchnerismo implica reducir su representación en el poder legislativo. 

La “polarización”, es decir: dividir por dos, es un modo de ayudar a que conserven ese poder. Pero no cualquier polarización, sino la que pretendieron, entre Scioli y Macri, los preferidos del supra-poder incluido el mismísimo Papa Pancho. 

Por la imposibilidad de volver a candidatearse y sin contar con un sucesor a la altura de las necesidades, para Cristina Fernández el ideal es Macri: con los legisladores que le impuso a Scioli en sus listas mantendría el control de un peronismo forzado a una crisis agravada por la intemperie para sostener la ambición de un pronto regreso. El triunfo de Scioli supone para ella un escenario algo más complejo: ya se sabe que “el peronismo se lanza sin hesitar, siempre, en auxilio del ganador” (fina ironía del humorista Rolo Villar). 

Tanto Macri como Scioli, además, le aseguran una alta probabilidad de que no se revisen ni investiguen estos largos años de estafa ideológica y cultural; de corrupción; de afianzamiento de la pobreza y de la violencia, ya estructurales; de degradación institucional; de atropello a funcionarios judiciales, empresarios o particulares por el solo hecho de pensar distinto; de fomento del odio y la división de la sociedad; de intento de recortes a la libertad de prensa; de escandaloso enriquecimiento de muchos funcionarios 

gubernamentales; etcétera.

Frente a esa trampa de la polarización lo ideal es dividir por tres o más, votando en las PASO de agosto y ni qué hablar en las generales de octubre sin presiones, ni temor ni condicionamientos, a quien cada ciudadano decida con absoluta libertad. Sobre todo en las PASO ya que el voto no tiene consecuencia alguna (no cambia nada) pero sí incidencia, puesto que la gente define con el voto quién desea que sea candidato.

Por eso es útil tomarse todo el tiempo necesario para reflexionar, analizar, decidir, cortar la boleta (hasta es lícito votar en blanco alguna categoría, como las del “Parlasur”), para elegir según el saber y entender de cada quien al que mejor pueda representar los intereses, las necesidades y las demandas de los ciudadanos.

bottom of page