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Y NOSOTROS

¿QUÉ HACEMOS?

Cuadro de situación, julio de 2017

Cada elección constituye una buena noticia casi siempre desmerecida por un muestrario de otras malas noticias para los ciudadanos, quienes desde la recuperación de la democracia en vez de "elecciones" afrontamos “opciones" entre alternativas surgidas de partidos degradados, vaciados de contenido ideológico y controlados por una casta de inescrupulosos, arribistas, ineptos o pragmáticos, impulsados por intereses propios, grupales, familiares o corporativos.

La política se ha convertido (lamentablemente y salvo contadas, honrosas, excepciones) en un aguantadero de inmorales y especuladores. El quebranto del sistema de partidos y el desprestigio de las organizaciones coronan la debilidad extrema del sistema democrático argentino. 
El colmo es que se pretende culpar a la gente “porque se equivoca al elegir” entre las engañosas opciones que termina ofreciendo esta democracia tramposa en que la convirtió esa indigna oligarquía política que lo que menos hace es ejercer la representación de la gente y mucho menos honrar la causa noble de responder con idoneidad y honestidad a las demandas ciudadanas procurando el bien común, que es lo que debería ser la política.
Eso explica la persistencia del alto grado de descreimiento y de escepticismo de un amplio sector de la población que no se siente representada en este esquema que perdura a pesar de la demanda colectiva de reformulación y de perfeccionamiento de nuestras instituciones. También quedó expuesto en los resultados de una reciente encuesta en la que el 50 por ciento de la población consultada admitió no estar incluida en ninguno de los lados de la “grieta”.
En este contexto se darán las elecciones legislativas, cuya principal mala noticia es la comprobación de la inutilidad de las PASO, engendro costoso y absurdo surgido del quebrantamiento del sistema político ya mencionado, por el cual los ciudadanos nos vemos obligados a zanjar disputas internas ajenas al interés de muchos por las razones expuestas, lo que torna legítima, para ellos, la decisión de no participar de estas “encuestas”. Se impone una reforma profunda del régimen electoral que, entre las principales medidas, revalide la facultad de decidir a los partidos su propia organización (en el marco de disposiciones generales) y que instaure alguna variante de voto electrónico junto a otras medidas que tornen menos gravoso, en términos dinerarios, “hacer política”.
La singularidad de estas primarias de agosto, para colmo, es que estarán básicamente destinadas a resolver la compleja interna del peronismo, uno de los partidos mayoritarios que, al igual que el resto, ya nadie sabe lo que es y muchos ni siquiera lo que fue. Y sobre todo en la decisiva provincia de Buenos Aires, reducto medular de la resolución de la crisis propia y de incidencia influyente para los resultados de las generales de octubre.
Veamos: intentando redimir la historia del partido de Perón, con significativo apoyo de intendentes y dirigentes del interior de la provincia, Randazzo se anotó con su quimera de disputarle el liderazgo partidario, mano a mano, a su ex jefa, quien eludió el brete recurriendo a una artificiosa alianza denominada “Unión Ciudadana”, con la que termina explicitando su desprecio hacia el peronismo y recogiendo apoyos, por un lado, de dirigentes peronistas que solo buscan capitalizar el hipotético potencial electoral de la señora, y, por otro, de sectores sociales fieles contra viento y marea, que desprecian al peronismo tanto o más que ella, alentados por el deseo de trascenderlo y de sosegar al macrismo, expectativa que comparte el Frente que encabeza Sergio Massa, quien se presenta ahora con su flamante socia la ex radical Margarita Stolbizer como refuerzo de su idílico propósito de “representar no solo al peronismo sino a otros descontentos con el gobierno”, consigna que el ex ministro kirchnerista Alberto Fernández se llevó al irse con Randazzo tras una breve estancia en las huestes massistas, donde permanecen varios dirigentes pejotistas ilusionados en arrimar votos de quienes siguen convencidos de que Massa debería liderar el partido, mientras los que lo evalúan antiperonista persisten en atraer a los seducidos por el discurso antikirchnerista del líder tigrense, claro que perdiendo apoyos de ambos lados, como el mencionado Fernández o el intendente de Lobos Jorge Etcheverri y la concejal de Vicente López Paola Caputo, hija del ex Canciller Dante Caputo, que migraron del GEN a Cambiemos en cuanto Stolbizer se unió a Massa. Parece complejo. Pero se trata de la Argentina.

En el gobierno, mientras tanto, también hay peronistas, no vaya a creer, ya lo dijo el General: todos los argentinos son peronistas y ahí está el Papa para certificarlo. Eduardo Amadeo, Emilio Monzó, Diego Santilli, Fernando Niembro, Jorge Triaca y el recientemente fallecido Gerónimo Venegas, entre los más notorios. Esto mencionado como un dato anecdótico sin relevancia para el análisis. Lo que importa es que la postulación de la ex presidente (con notorias dificultades para mostrarse en público y seguramente auto excluida de los medios influyentes) resultó una entusiasta respuesta a la mezquina estrategia del oficialismo de buscar rédito en la “polarización” con el pasado reciente, en vez de fortalecer su base electoral por propio mérito explicitando la matriz conceptual y los objetivos del plan de gobierno y, sobre todo, para responder a una de las demandas ciudadana: auditar la gestión anterior, impulsando la investigación del plan sistemático de apropiación de recursos públicos que se sospecha, cada día con más fundamento, que ocurrió. El resultado de la decisión contraria, de “mirar hacia adelante” sin exponer en detalle el escandaloso desajuste que se heredó, quedó palmariamente expuesto en varios casos, como el inapropiado modo de suprimir el pago de pensiones por invalidez, muchas de ellas otorgadas de forma irregular en el pasado, una pifia flamante tras más de un año y medio de gestión sin mencionar el tema. Cuesta creer tamaña impericia. Y tremendo menosprecio por el discernimiento o la intuición de los ciudadanos. Además, ciertos logros que los funcionarios anuncian no son percibidos por la ciudadanía, así como el raudo abandono de la inaugural promesa de facilitar la “cultura del acuerdo”, en casos sustituida por el uso de la fuerza pública para saldar conflictos gremiales o sociales; lo que supone tropiezos adicionales para un tránsito aliviado en el camino hacia las elecciones. 
Tiene a favor el oficialismo la sensatez de la mayoría que en 2015 optó por cierta cordura y que aun desilusionada no parece impulsada a dar un salto al vacío con su voto. Y pocos logros concretos para exhibir, como el gradual descenso de la inflación, la voluntad de combatir el narcotráfico y la corrupción (sobre todo en las fuerzas de seguridad), mayor respeto por la independencia de poderes y una “economía fría y de consumo golpeado o que al menos no da signos de recuperación como los que proyectaba pero que, parece claro, tampoco transita por los carriles que ilusionaban al cristinismo” (Eduardo Aulicino, Clarín). Además, los mayores méritos se le atribuyen a la gobernadora bonaerense, con quien al final de cuentas terminarán compitiendo Cristina, Massa y Randazzo.
En conclusión: ellos, los candidatos, tienen casi nada de nuevo para ofrecer; y de bueno, menos.
Y nosotros, los ciudadanos, ¿qué hacemos? ¿Qué deberíamos hacer? Para no extender esto y porque merece especial atención, se intentará encontrarle respuesta en la segunda parte de este cuadro de situación.


© Ricardo D. Martín

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